OLOR A MIEDO
No podía creer lo que le acababa de pasar. Estaba emocionada y llena de ganas de contárselo a la única persona que la creería. Entró por la puerta de su casa marcando el teléfono de Emma en el móvil, cuando decidió colgar la llamada antes del primer tono. Todavía tenía que pasar algo aún más inesperado, aún más improbable e incluso mucho más imposible que lo que le había sucedido aquella tarde. Era de noche, pero pudo ver con claridad lo que le esperaba detrás de la puerta de su casa. Se le cayeron las llaves al suelo, metió el móvil en su bolso y cerró la puerta. Cara a cara, a unos cuatro metros de distancia, Mireia colgó el bolso en el colgador que encontró palpando la pared donde sabía que se encontraba. Muy despacio, sin hacer movimientos bruscos. Una vez sintió que tenía los brazos libres, se agachó un poquito para quitarse un zapato. Sin parpadear apenas y sin retirar la mirada de quien se la devolvía. Entonces, un gesto tan habitual y cotidiano la delató. Lanzó su zapato al suelo en lugar de depositarlo en este para evitar cualquier tipo de ruido indeseado y peligroso en un momento tan crucial. Mireia no había sido capaz de mantener su concentración durante un minuto, no había sido capaz de dominar sus instintos, evitar sus hábitos para no causar molestia o miedo en quien se encontraba ahora a menos de dos metros. Coja y dándose cuenta del significado que tenía lo que acababa de hacer, empezó a temblar. Y no hay nada peor que demostrar miedo a quien te siente como una amenaza...
LA IMAGEN PERPETUA
Lo único que quería era olvidarse de aquella imagen horrible que le causaba tanta angustia. Se había imaginado cosas espantosas durante el tiempo que pasó trabajando en aquel lugar, pero nunca había visto algo como lo que presenció el lunes, por accidente. Si tan solo hubiese llegado tarde aquella mañana, se habría salvado. No lo habría visto. Pero se despertó más temprano de lo habitual y llegó a coger el tren anterior al que normalmente cogía. Así sucedió lo que se podría haber evitado si no hubiese alterado su rutina ese día.
El poder de unos cuantos minutos es incalculable y esta era la lección que aprendió aquella mañana. No volvería a subestimar el tiempo nunca más. Porque aquella imagen volvía a estar en su cabeza y no parecía tener intención de abandonarla. Así que, ¿qué iba a hacer Julia, dejar que esa imagen la aterrorizara y ensombreciera sus pensamientos para el resto de su vida o seguir intentando luchar por olvidarla en vano? No...Ninguna de estas dos opciones le complacía. Por eso sucumbió. Por eso empezó a coger el tren más temprano, por eso empezó a llegar antes al trabajo. Por eso acabó dejándose seducir por lo que había visto... Entonces, Julia empezó a preguntarse... ¿Es realmente tan horrible?
AMAPOLAS
Sentía muchísimo miedo solo con pensar que iba a entrar en una de esas cajas estrechas, cerradas, sin posibilidad de salir de ellas cuando uno quiere, atrapado en su garganta hasta llegar a un destino obligado. Pero estaban pintando la escalera y no dejaban subir a nadie por ella. El ascensor era la única opción. Lo evitaba siempre que podía, porque lo que sucedía cuando cogía un ascensor era capaz de paralizar una ciudad entera. Delante de esas puertas metálicas automáticas, esperaba con lágrimas de sudor bajándole por su frente y un escalofrío recorriéndole todo el cuerpo. Miraba el visor de plantas encima de esas puertas infernales, como aquel que cuenta los últimos segundos de vida. Como de costumbre, intentaba por enésima vez seguir los consejos de su psiquiatra para conseguir concentrarse en un pensamiento alegre. ¡Un campo de amapolas! Rojas, sangre, ¡no vale! Oh, demasiado tarde, un pitido anuncia la llegada del monstruo. Quiere salir corriendo, pero tiene los pies pegados al suelo. El monstruo abre sus fauces y Antonio ¡no logra escapar!
Bueno, al menos nunca más volverá a sufrir el ataque de la bestia...
INESPERADO
Nunca olvidaría el sonido de sus pasos.
El silencio nunca había cobrado tanto sentido.
