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Foto del escritorUnaLijadora

LA GASOLINERA

Joder, ¿cómo soy tan imbécil de no haber puesto gasolina antes? Sabiendo que tenía que venir aquí, en plena carretera de montaña, con el frío que hace y después del cambio de hora, con la noche ya encima. Es que mira que no haber parado en el polígono donde estaba el cliente que he visitado hoy... Aaay, a ver si firman un contrato permanente de mantenimiento con nosotros, porque me ha gustado mucho el sitio, la gente que he conocido y además el bar que hay a un par de calles no está mal. He comido la mar de bien, a pesar de ser un barecito pequeño de polígono industrial.


En fin, que soy un desastre. No sé en qué andaba pensando ni qué rayo de optimismo me ha cegado para decidir poner gasolina más tarde. Y ahora mira, en carretera de curvas con cambios de rasante, y con la aguja en el límite... está a punto de encenderse la lucecita... y me pongo fatal cuando se enciende. Vamos, que no me suele pasar, que sólo me ha pasado un par de veces. Una volviendo de comer en casa de mis padres un domingo y otra una mañana de verano que andaba demasiado achicharrada par darme cuenta y ¡casi no llego al trabajo! Bueno, que lo he hecho fatal, que cómo me tengo que ver...


Mira, ya se ha encendido la lucecita y ha pitado. Madre mía, es que ahora seguro que no llego. Es que ni me acuerdo de dónde cae una gasolinera por aquí. Es que me pongo tan nerviosa que no me acuerdo, ¡no puedo pensar! Y no llego. No llego seguro. Ahora me voy a quedar aquí tirada por imbécil. ¡Seré inútil! A ver, piensa Elena, piensa. Podría parar en el arcén y mirar en el móvil dónde hay una. Si hombre, ¿y apagar el motor? Bueno, no, no hace falta apagarlo. Quito el start/stop y paro sin pararlo. Pero, ¿el coche consume más al estar parado encendido o menos que tirando? No, no me arriesgo, mejor sigo tirando a ver si llego a algún pueblo y pregunto y que me indiquen dónde está la gasolinera más cercana. Sí, sí. Voy a hacer eso. Mira, veo farolas, eso es un pueblo seguro.


¿Ves como no estoy bien? ¡Que es mejor que no pare! ¡Tiro millas y a ver hasta donde llego! Me entra risa y todo... Uy, a ver, atenta... que con la risa me sonríe la fortuna... carretera de farolas que lleva a... ¡una rotonda! Pues seguro que hay carteles, indicaciones, ¡algo! Exacto... ¡Toma ya! Gasolinera a la derecha... ¡Pues allá que voy! ¡Qué bien! ¿Ves como no hay que desesperarse? A veces nos ponemos histéricos y la tensión no nos deja ver lo que tenemos delante. Pero mira, la he dominado, he ganado ¡y me he animado! ¡Hasta rimas me salen! ¡Qué gracia! Y menos mal que río, porque esto está muy oscuro. Encima es noche sin luna. ¿Qué les costaba poner una puñetera farola? Digo yo que no mucho. La gente que vive por aquí, ¿en serio no se ha quejado? Es que yo alucino con el aguante de algunos... Unos saltan porque te has apoyado en su coche un momento para colocarte bien un zapato y otros aceptan venir hasta el fin del mundo por la boca del lobo para algo tan banal, pero obligado, como poner gasolina... Cada vez entiendo menos a la gente.


Pues igual me he saltado una señal, pero aquí no hay nada más que montaña a lado y lado de esta carreterucha. Y yo diría que llevo ya más de 10 kilómetros por este camino. Sí, porque marca más de 66.645 kilómetros. No dejo de mirar el contador desde que este finde fui con Vero al cine y nos hizo gracia pensar que esta semana llegaría a los 66.666, un número de números fatídicos... Uuuhhh... Me río otra vez... Es que me pongo a pensar y me distraigo. Aquí, con todo a oscuras y circulando con la gasolina de la reserva. Es que ahora que pienso, ¡igual no me da ni para dar la vuelta! Joder es que como no encuentre la gasolinera ya, me quedo aquí tirada. Y ahora sí que estoy en la puta nada. Es que ¿cómo indico a la grúa dónde venirme a buscar? ¡Es que ni siquiera sabría!


Menudo follón... ¿qué hago, qué hago? Bueno, voy a llamar a casa, que ya es tarde y así Mónica no se preocupa. Hace poco que vivimos juntas y es muy maja y nos llevamos muy bien, pero tiene esa manía de saber a qué hora voy a volver a casa. Menos mal que tengo manos libres.


¡Mierda, mierda! ¡Joder que no tengo cobertura! ¿Pero qué he hecho? Ahora sí que la he liado... ¡Toma! ¡Una farola! ¡Eso es buena señal! Joder, ¿eso es un tío caminando? Mierda, sí, sí, ¡es un tío caminando! ¿Qué hago, qué hago? ¿Paro? Si hombre, ¿estoy loca o qué? ¿Cómo voy a parar? Además, no parece estar en apuros, va tan pancho caminando por el arcén de una carretera desierta, en plena oscuridad, y sin mirar hacia el único coche que se le aproxima. Bueno, pero ¿si me hace una señal como para preguntarme algo o así, ¿paro? Hombre, le puedo atender si me habla por la ventanilla, ¿no? Elena, ¿pero en qué estás pensando? ¿Cómo vas a parar ahora? Pero entonces ni hablar de dejar que se suba al coche, ¿no? Porque si subiera, ¿se sentaría en el asiento de delante? ¿Tener a un extraño sentado al lado, en el coche, así sin más? No, no, ni loca. Pero ¿y detrás? ¡Ni hablar! Cualquier extraño que va en el asiento de atrás de un coche es un asesino, ¡eso lo sabe todo el mundo! Pero, ¿qué estoy diciendo? Asesino... joder, cuánto daño ha hecho el cine...


La verdad es que no, no tiene intención de hacerme ninguna señal... A ver si le veo bien la cara... Nada... es que lleva gorra y no he visto nada de nada. Yo flipo con las modas. ¿Tú te crees que tiene que llevar gorra de noche, en la carretera más aislada de esta comarca? Absurdo, yo alucino... ¿Pensará que le queda bien? Pero si apenas se le ve por aquí... ¿Por qué habrá escogido este camino para lucirse? Exacto. Lucirse no era su objetivo. A ver, ¿qué hace por aquí un tío alto, con tejanos, botas de montaña, chaqueta y gorra? No parece preocupado por gustar a nadie. Será un vecino de la zona, que simplemente ha salido a pasear... Joder, pero manda huevos escoger este camino y salir ahora a dar un paseo... ¿Ves? Cada vez entiendo menos a la gente.


Ostia, un problema más y aún más grave. Me estoy meando. Pero meando mucho. Es que con tanta oscuridad y la alarmita que va sonando cada poco para que vea la lucecita y la aguja ahí abajo, hundida por mi culpa... Es que es mucha tensión y con los nervios, me meo. A ver, sin cobertura, por esta carretera de Dios, sin un sólo coche... Joder, que no me he cruzado con nadie en... Joder, joder... no puede ser... ¿qué broma es esta? ¿Qué significa? Voy a llegar a ese conjunto de numeritos... ¡Los 66.660 kilómetros! Bueno, a ver, tranquila, tranquila... ¿De qué tengo miedo? Si yo no veo pelis de terror porque me dan risa, ¿verdad? Sí, sí... mira cómo me río que me meo.


Necesito ir al lavabo. ¿Cómo estará el lavabo de la gasolinera que encuentre? Ostia, si está muy guarro, paso. Lleno el tanque, me voy a un ladito detrás de un árbol y meo tranquila... ¡Si hombre! ¿Y si me encuentra meando el chico de la gorra? No, no... Hay que ser civilizados. Se mea en los lavabos. Los humanos meamos en los lavabos. Aunque estén de mierda hasta arriba, aunque apesten a podrido, putrefacto y te invada ese olor que te arranca arcadas desde que entras hasta que te vas sin lavar las manos porque no puedes aguantar la respiración más sin desmayarte. Sí, me mentalizo y ya está. Además, yo aquí pensando en el chico de la gorra como si fuese un tío majo, sano, que sale a pasear de noche, por estos lares... Y podría no ser tan majo. En realidad podría ser un borde capullo, o incluso un chulo playa asqueroso. O podría ser un acosador, un violador, un drogadicto, un maltratador, un delincuente reincidente que se ha escapado y por eso anda perdido por aquí. Igual no vive por aquí, ¡se esconde por aquí! Es que nunca se sabe...


Pero vamos a ver, ¿por qué no me dejo de historias? ¿Por qué tengo que pensar lo peor? ¿Ves? Otra vez, ¡el daño que ha hecho el cine! Ves a alguien andando de noche por el arcén de una carretera sin luz y ya te parece raro y terrible. Pues no, sus razones tendrá. Aunque, ¿por qué no llevaba ni una triste linterna? Ni el móvil usaba para alumbrar un poco sus pasos. Pues eso es que se conoce bien la zona, porque debe vivir por aquí cerca... No hay que pensar cosas raras, es la mejor explicación que se me ha ocurrido y la más racional, como debe ser.


¡Toma! ¡Veo la luz! ¡Ahí está! ¡Por fin! No veas, 66.667 kilómetros. La señal está a unos 20 kilómetros de la gasolinera. ¡Como para tener una emergencia! ¿Seguro que esto está bien previsto? Bueno, mira, es igual. Ya estoy aquí, ¡salvada! Se entra por aquí, gasoil, muy bien, y aquí paro. Pero un momento. Elena mira a tu alrededor. ¿Cómo vas a salir del coche? No hay ni un alma. No veo ni al chico que debería estar en caja, saludándome y mirando a ver si tengo algún problema. Bueno, chico o chica, aunque ¿cómo va a trabajar aquí una chica? Ni de broma. Te aparece un gracioso y te da el susto más grande de tu vida. Seguro que es un chico el que atiende.


Pero a ver, esto sí que me da un poco de miedo. Estoy en su territorio y tengo que entrar al lavabo. Sin pensar cosas extrañas, aquí el único problema es que estoy sola. Totalmente sola. Cualquier situación problemática que haya, cualquier ayuda que necesite, ya sea por un susto o por un problema real, no existe. Es que ni gritando va a venir nadie, porque dudo que me oiga nadie. Aquí no hay nada más que esta gasolinera, el tío de la gorra, que a saber por dónde va y la persona que haya ahí dentro. Vale, bueno, estoy aquí comiéndome la olla y ¡me estoy meando como nunca! ¡Yo salgo! Ale, ya está. Estoy fuera. Con las llaves dentro y he cerrado la puerta. Joder Elena, ¡abre, abre rápido y coge las llaves! Por dios, qué susto. Anda que ahora cierro el coche con las llaves dentro y me quedo aquí fuera y entonces sí que me cago de miedo.


Madre mía, qué silencio. Esto es raro. No soy de campo, pero que no se oigan grillos, aves nocturnas o algo es raro, ¿no? ¡Genial, puedo pagar con tarjeta en el mismo surtidor! ¡Qué maravilla! Vale, pero tengo la tarjeta en el monedero, en el bolso, en el asiento de al lado del conductor. Pues voy a buscarla.


Ok, ya la tengo. ¡Dios! ¿Ese ruido ahí detrás qué es? No veo nada, no veo nada pero he oído como unas ramas rompiéndose, típico de unos pasos. Pero ¿serán de persona o hay algún animal por ahí? Ostia es que no se ve nada más allá de la gasolinera. Es increíble. Como tarda esto en llenarse y me estoy meando, voy a petar o morir aguantándome el pipi, no sé... Y todavía no he visto a nadie dentro de la tienda. ¿Es raro, no? Porque quien sea que haya, ha tenido que oír la puerta de mi coche cerrarse hasta tres veces... ¿Y no se ha acercado a mirar quien hay y si todo va bien? Qué raro. Igual lo ha hecho y no le he visto, igual se ha quedado sobado en el almacén o igual me está acechando. Si, venga, como un animal hambriento. Anda que... ¡Ya estoy otra vez con mis miedos y mis historias! Yo alucino...


Bueno, ya era hora, ya está. Esto va aquí, clico aquí, sale tícket, lo cojo... y ahora, ¿qué hago? ¿Entro para ir al lavabo y cruzarme con el trabajador de la gasolinera? Igual le hace gracia y todo dialogar un poco con alguien. Tiene que ser duro trabajar aquí toda la noche. Pero después de hacer pipi, que ahora no puedo ya pensar en otra cosa. No, no, no llego, es que si ahora me lo encuentro y es una persona habladora y me da conversación, ¿cómo lo voy a parar? ¿Le digo que me estoy meando? Qué basta y maleducada, ¿no? Voy a buscar un árbol y ya está. Una vez es una vez... ¡Mírala, una chica! Pues entro y voy directa al baño. Seguro que me entiende.


Pues no estaba tan mal, la verdad. He visto mucho peores. ¡Qué alivio...! Menudo peso me he quitado de encima. Y la chica parece maja. ¿Por qué habrá escogido este trabajo tan solitario? Igual es algo temporal... En fin, estoy lista. Vuelvo a estar en el coche. ¡Vaya mal rato he pasado! Pero, ¡ya está! Todo arreglado. ¡Menudo descanso y subidón! Ahora estoy a tope, no tengo ni miedo a perderme, ni a la oscuridad tenebrosa, ni a la falta de cobertura... ¡Es genial! Sólo tengo que deshacer el camino y volver a la rotonda que he visto, a unos 20 kilómetros. ¡Vamos allá!


Mira... ¡el chico de la gorra! Lo veo porque lleva una marca reflectante en la chaqueta, que si no... Porque estamos ahora en la oscuridad total, sin la única farola de todo el camino. ¿Quién será? ¿Qué hará por aquí? La verdad es que me crea curiosidad... Anda, lleva una mochila, es la mochila la que lleva algo reflectante. Pero, ¿ya la llevaba antes y no la he visto por todo el estrés que llevaba y meándome? No lo sé, pero pobrecillo, igual es un vecino y va cargado... ¿Y si paro y le pregunto? Le podría llevar a su casa si vive cerca. A mí no me importa. Vamos, que quiero llegar a mi casa, pero estoy aquí perdida en la nada... pues si aprovecho para ayudar a alguien, ¿está bien, no? A ver, que si me amenaza o veo que no es de fiar, aprieto acelerador y punto. Además, como sigue caminando por la derecha y yo voy de vuelta, hay cierta distancia entre él y el coche. Sí, voy a parar a ver... Bajo mi ventanilla y paro a su lado.


- Hola...

- Hola...

- ¿Vives por aquí cerca?

- Sí.

- ¿Quieres que te acerque?

- No, no. Gracias.

- Con el frío que hace, ¿seguro que no? A mí no me importa acercarte.

- Es que mi casa está en dirección opuesta a la que usted lleva.

- ¿Pero queda muy lejos?

- No. A dos kilómetros pasada la gasolinera que ha debido usted ver.

- Pues no me importa.

- Es muy amble, ¿seguro que no le importa? Nadie suele parar, estoy acostumbrado a hacer el recorrido.

- No, no, no pasa nada.

- Como antes ha pasado y no ha parado...

- Ah, antes, sí, sí... es que iba en reserva y necesitaba llegar a una gasolinera...

- Y si el coche la llega a dejar aquí tirada, ¿me hubiese pedido ayuda?

- ¿Eres mecánico? Perdón, ¿es usted mecánico?

- Puede tutearme.

- Tú también, por favor...

- Pues no, no soy mecánico. Pero eso es lo que suele esperar la gente. Si alguien necesita ayuda espera e incluso da por sentado que alguien le ayude. Pero si es al revés y alguien necesita ayuda, a todos les cuesta prestarla...

- Lo siento, perdóname. Hace el mismo frío ahora que antes y tienes toda la razón. Debería haber parado antes...

- No, no te preocupes. Al final lo has hecho y eso es lo que cuenta en un mundo en el que ya nadie se preocupa por los demás.

- Es verdad. Aunque en mi caso es más una cuestión de confianza. Me suelen decir que soy muy confiada e intento no serlo como medida de precaución...

- Pero ante un problema, cuantos más seamos mejor, ¿no crees?

- Sí, puede ser. Pero depende... también hay gente cuya compañía desearía evitar, sobre todo en situaciones difíciles.

- Tienes razón...

- ¿Subes y te llevo?

- Vale...

- Bueno, pues ya me indicarás por donde ir...

- Sí, tú sigue la carretera...

- Vale...


Estoy loca. Pero ¿cómo se me ha ocurrido parar y llevar a este extraño a su casa? No lo sé. Pero me sigue pareciendo tan inquietante como curioso. Tal vez esto no haya sido tan mala idea.


- ¿A qué te dedicas?

- Soy electricista.

- ¿Ah sí? ¿y qué hacías por aquí?

- Pues hay un cliente en un pueblo cercano que tenía un problema y a la vuelta, me he encontrado yo con otro problema y necesitaba llegar a una gasolinera...

- Pues has tenido suerte, porque esta noche, esta de aquí cierra pronto.

- Sí, me lo ha dicho la chica. Con toda la movida, se me había olvidado que hoy es “Halloween”...

- Sí, o castañada o noche de Todos los Santos... lo que sea, pero es una fiesta bien recibida, ¿no?

- Pues sí, supongo. Aunque yo normalmente no hago nada especial. Nada más que comer “panellets,” boniatos, castañas y pensar un poco en los seres queridos que se tuvieron que ir...

- Qué gesto tan bonito... No digas que no es especial... Yo hago lo mismo...

- ¿Ah sí? Pues es raro encontrar a alguien que no salga de fiesta disfrazado o se ponga a ver una peli de miedo con amigos...

- Sí, es lo típico... Pero desde que me mudé aquí, tengo hábitos mucho más tranquilos... Hemos llegado a mi pueblo. Gira aquí a la derecha...

- ¿Hace poco que vives aquí?

- Sí, bueno, dos años...

- Y ¿a qué te dedicas?

- Oooh... pensé que llegaríamos antes de que me hicieses esa pregunta...

- ¿Por qué?

- Porque se va a romper el buen rollo.

- ¿No quieres contestar?

- Es que a nadie le gusta lo que hago.

- ¿No? ¿Por qué?

- Porque no es agradable. A nadie le gusta.

- Ahora siento mucha curiosidad...

- Ya, ya lo sé. Pero nos acabamos de conocer, me has caído bien y me gustaría que dejáramos un buen recuerdo de esto...

- Pero no creo que...

- Puedes parar aquí. Ya hemos llegado.

- ¿Esta es tu casa?

- Sí, es pequeñita, pero no necesito más. Tiene un pequeño jardín detrás que convierte los días tristes en no tan tristes...

- Me encantaría verlo.

- ¿Sí? Cuando quieras...

- Ahora es un poco tarde...

- Sí, supongo. Pero puedes venir otro día, si quieres.

- Vale, ¿me das tu teléfono?

- Claro. Dame tu número y te llamo. Así te aparece el mío y te será fácil guardarlo...

- Ah, aquí hay cobertura, ¡menos mal! Espera... Ya está. Enviado.

- No es muy buena, pero la hay...Te llamo.

- Perfecto, ya te tengo.

- Bueno, pues ha sido guay conversar un rato contigo.

- Sí, yo también he pasado un buen rato. Me alegro de haberte ofrecido ayuda.

- Te estoy muy agradecido.

- Uy, ¡qué tarde, ya son las ocho!

- ¿Quieres quedarte a cenar?

- ¿A cenar? No, no, no quiero abusar de tu amabilidad...

- Pero si solo te estaría agradeciendo el viaje...

- Gracias, pero es que luego me daría mucho palo tener que coger el coche para volver a casa.

- Pues quédate...

- ¿Que me quede? No, no, no, nooo... sería demasiado...

- Tengo una habitación de invitados, para mí no es un problema...

- ¡Uf! Suena muy tentador...

- Pues no te lo pienses. Estas cosas surgen y no hay que darle vueltas...

- No, no puedo. Hoy no. Prefiero quedar otro día. Ni tan solo nos hemos presentado. ¿Cómo te llamas?

- Miguel. ¿Y tú?

- Elena.

- Elena, ¿te quedas?

- No, no. Me marcho, Miguel. Encantada de haberte conocido.

- Lo mismo digo.

- Que pases muy buena noche.

- Sí. Igualmente. Y espero, digo, nos vemos pronto, si quieres, claro...

- Claro que sí. Mañana te llamo y quedamos.

- Vale.

- ¿Sí?

- Claro...

- Buenas noches, Elena.

- Hasta mañana, Miguel.


No sé cómo he llegado hasta el coche, pero lo he conseguido. ¿Qué me pasa? ¿Estoy loca o qué? ¿Qué hago considerando en serio quedarme a dormir en casa de un tío que acabo de conocer? Anda, venga... Voy a avisar a Mónica. Le envío un mensaje y así acabo rápido, que como me haga una pregunta y le cuente algo, no salgo de aquí... Ya está, enviado. Me marcho. A ver... Era por aquí, sí. Ale, ya estoy en la carretera oscura... Qué rollo recorrer los veintipico kilómetros ahora, sola, en medio de la noche... Y luego me quedan por lo menos otros 50 kilómetros hasta llegar a mi casa. La verdad es que visto así, tendría que haberme quedado, ¿no? Elena, ¿te estás escuchando? ¿Cómo me iba a quedar? ¡Que no lo conozco!

Ostia, ¡pero la gente bien que queda con la gente por Tinder! Y que yo sepa todavía no han matado a nadie... Bueno, matar no, pero ha habido casos de abusos y violaciones. Hay gente perturbada en Tinder, como por todas partes. Sí, pero a mí no me da la sensación de que Miguel sea un perturbado. Al contrario, me ha parecido una persona amable e interesante, cercana. Alguien con quien perdería la noción del tiempo con un café delante y nuestra conversación entre miradas.


¿A que doy la vuelta? Ahí está la gasolinera. Tenía razón Miguel, ya está cerrada. Solo llevo unos pocos kilómetros... No me cuesta nada dar la vuelta... Pero, ¿otra vez? Joder, estoy zumbada... ¡Que no doy la vuelta, hombre! ¿Cómo voy a ir ahora? Ni siquiera me está esperando... Hemos quedado así. Nos hemos despedido. He decidido irme, pues ya está, me voy a mi casa y punto. Anda que... vaya huevos... ¿Quiero dar la vuelta porque me parece que Miguel me gusta o porque me da un palo tremendo recorrer casi 100 kilómetros ahora? Sin duda lo primero... Me puede la ansiedad de saber más de él... Qué majo...

Uy, pero ahora que lo pienso... Al final no me ha dicho en qué trabajaba. ¿Cómo me ha liado para no seguir insistiendo? No me puedo creer que me haya ido sin saber a qué se dedica. ¿Tú te crees?


A ver... Algo que a nadie le gusta... Pues podría ser banquero... pero llevaba una mochila, no lo veo. Un banquero iría con un maletín, como mucho. Podría ser abogado o juez... Aunque estas profesiones siempre las imagino a cargo de alguien más mayor... no sé... ¡Igual es dentista! A nadie le gustan los dentistas. ¿Será policía? La gente tampoco suele tener afecto por los policías, que digamos. ¿A qué se dedicará?

Dios, ¿será carnicero? ¿Destripará corderitos y cerditos? No, no puede ser... O peor aún, ¿trabajará en un matadero? No, no, eso sería horrible. No puedo imaginar nada peor. ¿Te imaginas que me llego a quedar y me saca sus herramientas de descuartizar?

Anda venga, pero ¿qué estoy diciendo? ¿Por qué iba a hacer eso? Estas ideas me vienen porque es la noche de Halloween... ¡Qué gracia! Qué cosas pienso... Anda, voy a apretar el pedal a ver si llego prontito a casa... En todo caso, ha sido emocionante, ¿no? Ya verás cuando se lo cuente a Mónica...


Ostia, no puede ser... Joder, joder, ¿qué es ese ruido? ¡Se me va el coche! ¡Dioooooos! ¡Paro, paro el coche! No me lo puedo creer. ¡Creo que he pinchado una rueda! ¿Cómo me puede pasar esto ahora? Joder, con el frío que hace y las ganas que tengo de llegar a casa... Y ahora ¿qué hago? ¡Que no tengo cobertura! Joder, mierda... puta mierda... ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Salgo del coche? ¿Camino hacia atrás? ¿Voy hasta el pueblo de Miguel? Claro, calculo que habrá unos cinco kilómetros... Es la mejor opción, porque imposible caminar 20 kilómetros hasta la rotonda, y luego ¿hacia dónde? ¿Llamo al seguro? Ay Dios, ¡que no tengo cobertura, joder! Pero ¿cómo voy a caminar a ciegas, durante una hora, por esta carretera? Me cago... es que me muero... no voy a poder... no voy a llegar... ¿Y si me sale un jabalí? ¿O un zorro? ¿O un ciervo? ¿O un tejón, un conejo, un búho? ¡Es que me cago de miedo!


Un momento, pero ¿qué me va a hacer cualquiera de esos bichos además de darme un susto de muerte? Lo que me tiene que preocupar es quién puede haber por ahí... ¡Porque no todos van a ser como Miguel! Bueno, ¡o sí! ¿Y si Miguel es un cirujano que se dedica a robar riñones en su tiempo libre? ¿Y si al llevarlo a casa interrumpí su misión y en cuanto me fui, salió en busca de su víctima? ¿Y si anda por aquí con esas intenciones? Madre mía, ¿cómo voy a salir del coche? ¡Yo no salgo ni loca! Claro, pero es que voy a preocupar a todo el mundo... Nadie sabe que estoy aquí... Bueno, Mónica sabe que estoy en un pueblo en medio de la montaña y que voy de camino. Si no vuelvo en toda la noche va a montar una que no veas y además se va a preocupar por “nada,” porque ¡esto no es nada, hombre! ¡No ha pasado nada! He pinchado una rueda, en medio de una carretera sin luz... Eso es todo...


Porque no se me ocurriría intentar cambiar mi primera rueda, con la luz del móvil... vamos, imposible. Ya está, ya lo tengo. Salgo del coche y camino hacia el pueblo de Miguel. Y cuando llegue allí, ¿qué hago? Me tumbo en un banco en la placita que he visto a la entrada del pueblo ¿o llamo a Miguel a ver si todavía me da cobijo? Espera, espera, que no sé ni a qué se dedica, ni si está buscando una víctima para un acto atroz en este preciso momento... Joder, joder... ¡Estoy fatal! ¡Qué cosas pienso, joder!


Mira, me llevo el paraguas largo que llevo siempre en el maletero. Si alguien me ataca, ¡le doy de ostias hasta que lo tumbe al suelo! Pero ¿qué jilipollez estoy diciendo? Un paraguas... ¡Ah, nooooo! ¡La llave! ¡La llave de tubo para cambiar la rueda! ¡Me la llevo! Eso es. Estoy lista. No lo pienso más. Si voy corriendo llegaré más rápido y pasaré menos frío, ¿no? Vale. Salgo del coche, cojo la llave. ¡La tengo! ¡Allá voooooy!



La imagen de esta historia es de Erik McLean.

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