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Foto del escritorUnaLijadora

No estamos solos

No vivimos solos. La mayor parte de la población mundial vive en comunidad; grande o pequeña, conectada a otras o aislada, pero hoy en día podríamos decir que cuesta ser totalmente independiente. Nos creemos muy modernos y avanzados, como si el pasado no fuese con nosotros. Pero seguimos siendo nada más que seres humanos; con diferentes penas, alegrías, ilusiones, preocupaciones, problemas, soluciones, inquietudes y conocimientos. Aunque mantenemos las mismas necesidades no vitales.


Nadie negará que una sonrisa no es imprescindible pero endulza un momento. O que cuando alguien aguanta la puerta por la que debes pasar expresamente porque te ha visto venir, no es de agradecer. O cuando alguien te cede el asiento en el metro o te ayuda a subir una maleta o el cochecito de bebé por unas escaleras. O cuando alguien se disculpa porque te ha pisado en la cola del súper o te ha dado un golpe con el codo al girarse en un autobús cargado de gente.

Es de admirar alguien que se hace responsable de sus actos.

Nadie negará que cuando uno entra a una tienda y la dependienta le saluda, uno toma conciencia de que existe y deja de ser transparente, de golpe es reconocido como persona en un espacio donde es bienvenido. Igual que cuando estamos en una sala de espera (en una consulta médica, por ejemplo), entra alguien, da las buenas tardes y todos le contestan reconfortando su ánimo. Es un intercambio apreciado dentro de un contexto tenso, en la mayoría de casos. También me parece agradable que alguien interrumpa tus pensamientos o tu adicción a la pantalla para preguntarte la hora o si ese tren para en todas las estaciones. Creo que todos estos pequeños gestos nos hacen sentir y ser humanos.


Por otro lado, es de admirar alguien que se hace responsable de sus actos. Me siento orgullosa del desconocido que sin querer, tira un bote de cristal de tomate al suelo en el súper y avergonzado, no para de dar vueltas hasta dar con un reponedor para confesar su “crimen” y que este pueda poner remedio. O el conductor que por accidente le da un golpe al coche que tenía aparcado detrás y es tan amable de dejarle una nota en el parabrisas, para que su aseguradora corra con los gastos de la reparación. Me gusta cuando los coches se detienen en los pasos de cebra, por lo menos todos los domingos, en todas las ciudades del mundo.

¿Por qué tengo que esperar a que pasen cinco coches antes de poder cruzar por un paso de peatones?

Se me ocurren muchos ejemplos y todos tienen que ver con los modales básicos de conducta y con el esfuerzo de ser considerados los unos con los otros. La razón por la que los menciono es que los añoro. No me cuesta recordarlos, pero sí pensar cuándo fue la última vez que los experimenté. Tengo la sensación de que cada vez cuesta más encontrar a personas consideradas. O tal vez es que son demasiados los casos de descarada desconsideración y me producen rechazo e incomprensión total.


¿Por qué tengo que ver a un hombre orinando en un muro, si tiene un baño público a escasos 20 metros? ¿Por qué alguien aparca una moto delante de la entrada de un bar o terraza (donde se come) o un portal, donde es obvio que molesta más que delante de una pared o en los parkings habilitados para motos (muchos igualmente encima de la acera)? ¿Por qué tengo que oír los gritos del vecino que llega borracho a las cuatro de la madrugada? ¿Por qué tengo que esperar a que pasen cinco coches antes de poder cruzar por un paso de peatones? ¿Por qué no se levanta el adolescente del asiento, para que se pueda sentar el abuelo que lleva un bastón en una mano y se coge a un barrote con la otra, en el tren? ¿Por qué hay una empresa que tolera que sus clientes dejen patinetes tirados indiscriminadamente y sin criterio, por toda una ciudad? ¿Por qué hay un Ayuntamiento que en lugar de proteger a los miles de peatones, prefiere no molestar a un creciente puñado de patineteros?

¿Por qué hay gente que escupe al suelo por la calle o en los andenes de metro?

¿Por qué no me dejan pasar en la cola del súper cuando llevo tres cosas y el de delante ochenta? ¿Por qué cuando preguntamos la hora nos miran como si les hubiésemos molestado y robado el último segundo de vida para algo tan banal? ¿Por qué hay gente que escupe al suelo por la calle o en los andenes de metro? ¿Por qué he tenido que ver a gente cortándose las uñas de las manos en el autobús? ¿Por qué tengo que enterarme y hacer como que no me entero de una desgracia ajena, que alguien explica por teléfono en el bus? ¿Por qué y cómo hemos llegado al punto de ver a una chica llorando en el metro, sin que nadie se le acerque para darle un pañuelo o mostrar un mínimo de preocupación?


Humildemente creo que nos equivocamos al dejar que toda esta desconsideración siga avanzando. No puedo ver que traiga nada que nos beneficie en ningún aspecto. Nos condena y nos expone a una falta de higiene innecesaria. Y además, nos empuja hacia la apatía. Hacer algo desconsiderado implica no ponerse en el lugar de otro; sea un basurero, un reponedor, una persona con un cuerpo más cansado que el tuyo o cualquier compañero de viaje en el tren que lleve la tristeza en los ojos.


Esto es muy peligroso, porque la desconsideración también da lugar al cabreo y una de las consecuencias típicas del cabreo a largo plazo, es que se te acabe contagiando esa indiferencia hacia los demás. Y francamente, en un mundo en el que no estamos solos, ¿quién quiere ser desconsiderado? ¿Por qué deberíamos serlo? Y ¿por qué no nos esforzamos más por no serlo?


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