Otro 8 de marzo pasó y seguimos teniendo razones para quejarnos. Este año he elegido señalar la discriminación en el mundo de la cultura. En el artículo Los hombres ganan un 20% más que las mujeres en la industria cultural se explica la cuestión y se exponen datos que corroboran lo inaceptable y confirman que nos queda mucho camino por recorrer. No entiendo por qué es tan difícil cambiar las cosas. Me quedo con los últimos números: “La proporción de mujeres que se han presentado a algún premio es similar a la de los hombres y también lo es el número de concursos que han ganado o en los que han recibido alguna mención. Sin embargo, teniendo en cuenta el peso que la mujer tiene en la SGAE, los datos indican que, del total de los premios otorgados, el 85,8% habría ido a parar a hombres y solo el resto a mujeres (16,3%)”.
Me encanta conocer detalles sobre el periodo de tiempo en el que Miguel de Unamuno vivió en París. Recorrer sus calles, explorar sus alrededores de horizontes llanos interminables como los que envuelven Salamanca me sitúa en su mirada. Este artículo de Félix Población contiene un poema especial que al parecer escribió en la capital francesa. Pero lo que me llama la atención es como las autoridades españolas intentaron censurarle desde España: “Colaborador de Le Quotidien, el escritor vasco adelantaba a su peña el esbozo de los artículos que firmaba en ese periódico contra la dictadura, tan críticos, que Primo de Rivera llegó a enviar una carta al diario para que no se publicaran. La misiva apareció impresa a tres columnas, dándose así el triste caso de que todo un jefe de Estado pretendió acallar públicamente a un escritor fuera de su país”. Los esfuerzos por mantener en silencio las injusticias no parecen tener límite. Pero tengamos claro que callar nos hace cómplices.
Jorge Riechmann, un gran ecologista comparte unas reflexiones muy necesarias en una entrevista para Critic.es. Sus palabras nos obligan a enfrentarnos a la realidad que una y otra vez nos ocultan empresas y políticos al hablar de pactos y medidas para detener el cambio climático y salvar nuestro futuro. Vamos tarde y seguimos sin lijar para llegar a la base del problema: nuestro ritmo de vida y nuestro nivel de consumo son insostenibles. Riechmann nos señala que no debemos seguir aferrados a nuestros privilegios y caprichos: “¿Nos hacemos ya cargo de la realidad? ¿Podemos comportarnos como adultos? ¿O seguiremos funcionando como si fuéramos un niño que no quiere soltar su juguete a pesar de todos los peligros y riesgos que hay?” Cambios radicales en nuestros hábitos son imprescindibles para un futuro llevadero: “Deberíamos haber pasado ya a una “economía de la nave espacial”, pensando la Tierra como un sistema finito en cuanto a materiales, donde, al igual que en las naves espaciales, todo debería reciclarse y reutilizarse”. Leer la entrevista es abrir los ojos para luchar por detener el desastre o mejor dicho, por hacer que el desastre sea el mejor posible.
Para acabar, recuerdo una promesa que me hice al inicio de esta pandemia: no quiero contagiar a nadie. Llevo un año corriendo al aire libre con mascarilla quirúrgica. Me acostumbré al segundo día. Se ha publicado el estudio de un equipo de investigación de mecánica de fluidos europeo. Estiman que habría que dejar 5 metros de una persona que camina, 10 metros de una que corre y 20 metros de un ciclista para evitar sus proyecciones. Cuento esto como recordatorio para la historia. Podríamos haber frenado y controlado la pandemia de otra manera. Podríamos haber confiado en la responsabilidad individual y colectiva, si las cosas se hubiesen transmitido con claridad, sin contradicciones. Podríamos haber puesto todos nuestros esfuerzos en evitar el contagio, no en malvivir y malconvivir con un virus que mata y que maltrata. Sin contagio no había virus. Otros países (dentro de este mismo mundo) consiguieron frenarlo apostando por ello.
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