La noticia había salido en todas las cadenas de televisión, en el informativo de la noche. El virus había entrado en el país y a pesar de tener a todos los enfermos aislados en un hospital de la ciudad afectada, no habían encontrado al paciente cero. Esto quería decir que ya no había manera de contener la propagación del virus y que pasábamos a la siguiente fase de defensa para evitar una epidemia.
El Gobierno había prohibido que nos diéramos besos y que estrechásemos las manos a otra persona. También nos había recomendado mantener la distancia de un metro de seguridad con cualquiera a nuestro alrededor. Esta última medida resultaba ser la más problemática de llevar a cabo, ya que en el metro que cogemos millones de personas cada día, vamos apretados como los dedos del pie en un zapato de tacón de aguja.
Se prohibieron los conciertos, se cerraron los museos, los teatros, las salas de cine y los campos de fútbol. Pero la cuestión del metro seguía sin quedar resuelta. El Presidente del Gobierno no se atrevía a cerrar el metro. ¿Cómo iba a evitar que miles de personas acudieran al trabajo? ¿Cómo podía el país afrontar la baja de miles de trabajadores por no poder llegar a sus puestos? Sin embargo, ¿podrían afrontar el número de bajas por contagio? ¿Qué saldría más caro? ¿Quién iba a hacerse cargo de las pérdidas empresariales? ¿El Gobierno tendría los recursos para mitigar una crisis económica de tales dimensiones?
El Presidente se había negado a afrontar esa debacle hasta que su mujer, mayor de 60 años, y su hija de 34 fueron ingresadas por haber contraído el maldito virus. Entonces tan solo pudo pensar una cosa: el periodo de incubación es de catorce días. Convocó una rueda de prensa y anunció la cuarentena preventiva domiciliaria a nivel nacional, para todos los ciudadanos del país. El libre paso de personas por las fronteras quedaba anulado durante los próximos catorce días. Los aeropuertos solo recibirían vuelos comerciales de mercancías. Los turistas eran los únicos libres de abandonar el país.
Nos obligaban a recluirnos en casa, con el único permiso de salir para comprar comida, evitando a toda costa el contacto con otra persona a menos de un metro de distancia. Al oír una medida tan extrema, me di cuenta de la gravedad de la situación. Aunque también valoré la preocupación de un Gobierno por evitar lo peor y protegernos impidiendo nuestro sufrimiento, en lugar de hacernos pasar por él. Sabía que nos iba a salir caro, que nuestra economía se resentiría y que tardaríamos años en recuperar el nivel de crecimiento económico para competir con los demás países, que no habían tomado esta medida.
Sin embargo, no acabó aquí. El Presidente hizo una tercera intervención para calmar nuestra ansiedad por saber cuál sería el futuro de nuestros trabajos y las empresas para las que trabajábamos, si detenían su actividad tanto tiempo. Por lo visto, el Gobierno iba a modificar nuestro sistema económico desde el primer día de cuarentena. Nuestro objetivo como país ya no iba a ser el crecimiento, sino la salud y el bienestar de la población.
La expansión del virus en otros países era inevitable y eso se traduciría en una crisis económica en cada uno de ellos. Nuestra estrategia consistiría en tomar esta igualdad de condiciones como una oportunidad para cambiar nuestras prioridades. Las personas iban a ocupar el primer puesto en la escala de valores de nuestro sistema social. Nos íbamos a liberar de la dictadura económica a la que estábamos sometidos. El dinero, las finanzas, las deudas iban a reinventarse, revalorizarse y por supuesto iban a estar a nuestro servicio; el de todos. A nadie le iba a faltar absolutamente nada. Este virus iba a ser la excusa perfecta para un nuevo comienzo.
Me he despertado con una sonrisa. Era una de esas mañanas en las que recuerdas tu último sueño con nitidez. Mirando al techo, todavía tumbado, he repasado los detalles para retenerlos en mi memoria.
Me iba a levantar, cuando mi gato se ha subido a mi pecho, me ha dado un mimo con su hocico en la nariz y no he podido evitar un gran estornudo. ¿Me estaré resfriando? ¿O es un poco de alergia? ¡Anda que si he cogido un virus por ahí! ¡Qué cosas pienso! Cómo puede llegar a afectarnos un simple sueño…
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