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Reivindicar, no celebrar

El 8 de marzo es todavía un día para reivindicar, no para celebrar. Mirar hacia atrás y valorar las metas conseguidas es útil para coger impulso si lo necesitamos, pero tenemos el deber de seguir señalando lo que sigue sin funcionar a nuestro alrededor y tratar de cambiarlo entre todos y entre todas. De nada sirve explicar que a ti nunca te han violado o que nunca has conocido a un hombre violento. Es estupendo, pero también obvio. Hay personas con más o menos suerte que se cruzan con mejor o peor gente. Pero necesitamos poner el foco en la denuncia y en la reivindicación. Hablar de casos felices deriva la atención y puede calmar conciencias. Muchas personas pueden pensar que las cosas no están tan mal.


Por otro lado, más nos vale recuperar un objetivo común que parece que perdemos de vista al ver lo diferentes que somos y las discrepancias que tenemos respecto a uno u otro tema. Por ejemplo, yo misma reconozco que no me gusta ni la feminidad ni la masculinidad, me gustaría que ambos conceptos cambiasen y que la identidad de género fuese asumida como algo fluido, sin binarios categóricos, sin prejuicios obsoletos ni discriminaciones injustificables. Tal vez pocas personas piensan como yo. Pero lo que creo que todas queremos es que dejen de matarnos, que dejen de maltratarnos, usarnos e infravalorarnos por ser lo que somos. En definitiva, todas queremos que dejen de considerarnos seres inferiores a alguien. ¿Cómo lo conseguimos?


Hablando de la raíz del problema: la normalización y la legalidad de la violencia. La caza, la tauromaquia, los laboratorios y los mataderos permiten que matar sin ninguna necesidad esté justificado. Quitarle la vida a otro animal está visto como una proeza, torturar en nombre de la ciencia está aceptado y destripar animales en masa, se sigue describiendo como una necesidad. Matamos a otros diferentes a nosotros y a nosotras porque podemos, sin pararnos a pensar en si debemos hacerlo ni en las consecuencias de llevarlo a cabo.


La explotación animal consiste en criar animales para matarlos. En esta lógica que sigue siendo tolerada, se inseminan a cerdas, a vacas, a ratas, a conejas y a muchas otras, porque un ser humano decide sobre sus cuerpos y quiere extraer beneficios de estos. Se apropian de sus cuerpos y hacen lo que quieren con ellos. ¿Os suena? Y si cambiamos el verbo "inseminar" por "violar" ¿vemos la relación directa que hay entre cómo tratan sus cuerpos y los nuestros?


Preguntémonos: ¿Por qué la mayoría de mujeres a lo largo de su vida sufren violencia de diferentes tipos y en distintos grados? Alguien decide ejercer la fuerza sobre nosotras porque tiene un sentimiento o una posición física o social de superioridad. Por mucho que nos neguemos a hacer algo, por mucho que mostremos física y verbalmente nuestra voluntad de no querer hacer algo, por mucho que luchemos por nuestra vida, muchos hombres nos ningunean y nos matan. Exactamente igual que sucede cuando miles de vacas, cerdos, pollos, caballos y otros animales se esfuerzan por seguir con vida en cada matadero del mundo y se la arrebatan de todas maneras.


Y si no nos matan, los valores especistas y patriarcales de nuestra sociedad obstruyen nuestra capacidad de acción. Estaremos de acuerdo todas en que es una mierda tener miedo de ir solas por una calle desierta por la noche. Y muchas veces lo evitamos. Estaremos de acuerdo en que la brecha salarial es una injusticia que no se arregla inmediatamente porque no interesa, lo cual demuestra que no hay urgencia en considerar a las mujeres como seres con los mismos derechos y oportunidades para vivir que los hombres. Cuesta romper tradiciones, cambiar hábitos y esquemas mentales.


Sin embargo, nos matan por ser mujeres o por ser "hembras", ya que cada vez me identifico menos con el término "mujer" (y soy consciente del problema que esto puede suponer en nuestra lucha). En definitiva, nos matan porque creen que somos inferiores, porque nos cosifican y porque nos consideran suyas y creen que debemos obedecer. Al reivindicar nuestro derecho a vivir, reclamemos nuestro lugar en el mundo, uno al lado del resto de animales. Ellos tampoco nos pertenecen, no son inferiores a nadie y, desde luego, no son cosas. Nadie debería estar por encima de nosotras ni de ellos. ¿Por qué razón habría de estarlo?


Creo que el mejor camino hacia una sociedad sana, sin la violencia injustificada que se repite sin que se solucione el problema de raíz, pasa por entender que da igual si alguien lleva falda, barba, tiene tetas, su piel es clara u oscura, mantiene sexo con personas físicamente iguales o diferentes o si no practica sexo. Da igual si alguien camina a cuatro patas, si vive bajo el agua o si vuela con sus alas. Todos somos animales, individuos con el mismo derecho a vivir en este mundo. El día que no nos importe si tenemos delante a una mujer, a un hombre, a un perro o a un ciervo, y seamos capaces de tratarnos como personas, desaparecerá la violencia que hoy padecemos y que hoy nos mata.


La fotografía de este artículo es de Laura Muñoz @unbichoinquieto

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