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Foto del escritorUnaLijadora

DAR EJEMPLO

Nunca pensé que Carmen me ayudara a poner una vía cuando el cansancio en mis ojos no me dejaba atinar con la aguja. Llevo veinte años trabajando en este hospital y nadie me había tratado tan mal como ella. No nos conocíamos fuera del trabajo, pero parecía que la hubiesen torturado en otra vida y había venido a esta para hacernos pagar a todos por ello.


No me cambiaba un turno aunque se lo pidiese de rodillas. No me saludaba por las mañanas y siempre se chivaba si algún día llegaba tarde. Además, encontraba cualquier excusa para no hacer nada que no fuese imprescindible hacer en su jornada. Era una de esas personas que no se esfuerza por hacer bien su trabajo. Dicen que una es enfermera por vocación y seguro que ella la tiene, pero lo que le falta es ilusión. No sé cuál fue el detonante de su amargura, o si siempre había vivido la vida con ese desgaste que no la dejaba ser amable, ni agradable con los demás.


Mis compañeras también eran víctimas de sus desaires y desplantes. No tomaba un café nunca con nadie. No parecía necesitar ratos de distensión, de abstracción, de desconexión o de descanso como el resto de nosotras. Aunque por otro lado, era una quejica, siempre estaba criticándolo todo. Llegabas un lunes con las pilas cargadas y ella te recordaba que era lunes. Acababas de lavar a un paciente con ella y se quejaba del peso que teníamos que levantar con cada persona, durante toda nuestra jornada. Se quejaba de algo con cada paciente, cada día o cada noche.


No soportaba trabajar las noches. Por eso solía liarla con los pacientes para demostrar que ella no “valía” para ese turno. Si alguno se despertaba con alguna dificultad, lo mandaba callar, lo ignoraba si alguno la llamaba más de dos veces seguidas, o intentaba apañar un problema de cualquier manera que se le ocurriera para pasar la noche. Así, era la del turno siguiente la que tenía que vaciar cubetas, cambiar toallas sucias o solucionar algún que otro altercado. Además, nos tocaba afrontar el malestar y las quejas merecidas de los pacientes.


Sin embargo, mírala ahora. Veo lo que hace y cómo lo hace y no la reconozco. Habla con los pacientes, no le falta paciencia y se esmera por no causarles dolor. Se esfuerza incluso por aliviarles. Creo que por primera vez, ha conseguido ponerse en el lugar de los que pasan por nuestras manos. Por fin puede ver lo que necesitan y se desvive por ofrecérselo a todos y a cada uno de los pacientes. Los mira a los ojos y hasta consigue llamarles por su nombre.


Ha tenido que ponernos a prueba una pandemia para demostrar lo que valemos. Me pesan los días sin dormir que llevo, las pesadillas que intento olvidar. Lucho contra el cansancio y me duele el alejamiento físico con las personas que amo. Estoy reventada de horarios interminables, estoy harta de comida precocinada y odio vivir en una solitaria habitación de hotel. Sin embargo, consigo concentrarme en lo que hago, en por qué lo hago y en cómo me hace sentir. Cuando miro a Carmen, solo siento la necesidad de hacer lo que mejor sé hacer.


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