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La gasolinera V

¡Cuidado! Estás a punto de leer la quinta parte de la historia La gasolinera. Te recomiendo que, si no has leído las anteriores, cliques en La gasolinera, en La gasolinera II, La gasolinera III y La gasolinera IV para leerlas. Si ya lo has hecho... ¡Adelante!


Elena lleva mucho rato en el baño. Seguro que está acojonada. Ya sabía yo que mi trabajo iba a ser un problema. A ver, yo si fuese ella, también tendría cierto miedo y creo que también me hubiese dado ese arrebato de confesar todo lo que he contribuido a matar animales desde lo que hemos llamado la Transición y marcó el inicio de la Era de la empatía.


Pero ya le he dicho que no está en la lista. No hay ninguna persona que se llame Elena en la lista de este mes. No necesito ni sus apellidos.


Tengo ganas de hablar con ella para saber exactamente en qué punto de su transición está. Espero que no me decepcione. La verdad es que sigo teniendo ganas de conocerla. Aunque haya dicho que matar a seres humanos es más grave que matar a otros animales. Cuando la he escuchado llamarme "radical", me he alterado y me han venido unas ganas tremendas de hacerle sentir algo, solo algo, de lo que les hacemos en granjas a la mayoría de animales. Pero bueno, como siempre, respiro hondo y se me pasa esa actitud torturadora que ya no sirve para nada. El 80% de personas ya ha hecho la transición completa. Todavía estoy que no me lo creo. Pronto me tendré que buscar otro trabajo. Tengo unas ganas de cambiar de vida que no lo sabe nadie. Es muy duro ser rechazado. Igual de difícil que hacer este trabajo.


Bueno, este trabajo y el anterior. Mira que he tenido mala suerte… o quizá no he sabido encontrar algo mejor o igual tardé demasiado en ser consciente de la necesidad de hacer la Transición. Pero vamos, la cuestión es que todavía no he tenido un trabajo socialmente bien considerado.


Recuerdo que mis primeros trabajos fueron insignificantes, era invisible. Nadie valora lo que hace un camarero. Uno atento, claro. Los que no se enteran, llevan demasiado estrés y cometen errores, a esos los ve todo el mundo. Vaya tela… En aquel entonces, la gente solo veía lo malo cuando algo le molestaba. No se paraba a pensar por qué algo no funcionaba o por qué alguien iba apurado. Y mucho menos aún se planteaba cómo podía ayudar o aportar alguna solución para cambiar una situación desagradable no solo para uno mismo, sino para todas las personas afectadas por un trato mejorable.


Aunque lo peor siempre era algo que no se quería ver. Algo que molestaba sin ser visto. Cuando pillé mi segundo trabajo, recuerdo que para las personas de mi alrededor yo era el recordatorio de lo que querían ignorar a toda costa. No podía hablar de mi día a día con nadie, porque nadie aguantaba los detalles de lo que ocurría en el matadero.


Pero bien que quedábamos para cenar entrecots, hamburguesas y hasta ensalada con atún. Es increíble hasta qué punto nuestra adicción a la carne nos cegaba. Éramos capaces de devorarla sin pensar en que aquello había sido un individuo y que yo mataba a cientos cada día, con mis propias manos. Y lo chocante es que no me veían como a un asesino que mataba por dinero para vivir. Me miraban con pena, asco y vergüenza.


En realidad, yo también tardé en sentir la culpabilidad con suficiente fuerza como para admitir lo que estaba haciendo. Todo empezó con una corriente de información que nos empezó a llegar a todos. Estaba por todas partes. Entender que podemos vivir sin comer carne ni huevos ni leche ni nada fue para mí como entrar en un nuevo mundo de sabores y posibilidades. Aunque yo seguí trabajando en el matadero por un tiempo.


Me llevó meses hacerme a la idea de que no es respetable que haya gente que quiera seguir comiendo animales. Yo creía en la libertad, en dejar que la gente hiciese lo que quisiese y, por supuesto, comiese lo que escogiese. Pero había algo en el matadero que ocurría demasiado a menudo. Aparte de ver repetidas veces cómo alguna vaca intentaba escapar de allí y aguantarme las lágrimas por saber que nunca lo iba a conseguir, había una cosa que me causaba pesadillas durante semanas. Era horrible. Solo al pensarlo y recordar la de veces que pasó, me tiemblan las manos. Embarazadas. Joder, nos llegaban vacas embarazadas. Las abríamos en canal, como a las demás, y caía el feto totalmente formado al suelo. A veces recién muerto, otras todavía algún ternero respiraba intentando agarrarse a la vida. Pero nada. En un matadero hay de todo menos vida. Lo matábamos y lo tirábamos a la basura. No sé si alguna vez me lo perdonaré. Y esto, más lo otro y toda una lista de cosas que empecé a ver de otra manera hizo que por fin dejase ese trabajo.


Convertirme en Anulador de Exterminadores solo podía ser mi siguiente paso, una manera de gestionar todo lo que había hecho. Mis experiencias y eso de que cada uno coma lo que quiera era tan contradictorio que me llevó a replantearme el concepto de libertad. Sí, podemos hacer lo que queramos, pero siempre que no hagamos daño a los demás. ¿O defenderíamos a un violador? No, sencillamente hay que entender que todos tenemos que saber privarnos de algunas cosas que no podemos o no debemos hacer o tener.


Recuerdo preguntas similares que se pasaban por la cabeza justo antes de decidir ser Anulador: ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar para salvar la vida de alguien? ¿Usaría la violencia como defensa propia? ¿Si mi vida estuviese en peligro, me gustaría que alguien me ayudase? Fue una época de mucha reflexión. Creo que todas las personas que nos dedicamos a anular necesitamos tener claras las respuestas a estas cuestiones. Por eso recibimos muchísima formación en Ética.


Desde luego, el fin de las guerras que fue llegando a medida que la población avanzaba en su transición nos ayudó a ver el tema con claridad. En una guerra se mata por matar. Ninguna de las razones por las que se pone en marcha una guerra es salvar vidas, sino más bien quitarlas. Se ha matado por tierras, por dinero, por nacionalismos, por excusas religiosas, por venganza y a saber qué intereses más. Pero una guerra nunca soluciona un conflicto ni protege nada ni a nadie. Una guerra es destrucción, dolor y muerte.


Entendimos esto cuando empezamos a hacer paralelismos con lo que les hacíamos al resto de animales. Estábamos en guerra con ellos. A los salvajes los cazábamos o los secuestrábamos para torturarlos en laboratorios y destruíamos sus hábitats. A los que un día domesticamos los condenábamos a vivir en condiciones nefastas y los llevábamos al matadero. Matábamos sin tener ninguna necesidad, lo cual no tenía ningún sentido ni justificación. Igual que en una guerra.


¿Acaso no detendríamos una guerra en la que estuviesen muriendo miles de personas sin que supongan ningún tipo de amenaza para la vida de nadie? Claro que sí. Y de la misma forma no toleramos la guerra contra ningún animal. Los tiempos oscuros en los que no interveníamos, dábamos rienda suelta al sadismo y respetábamos el deseo de algunas personas de matar pasaron.


Dejar de matar por matar, tanto si era a una vaca como a un ser humano, favoreció la aparición de los Anuladores, ya que nadie quería arriesgarse a sufrir por sadismo nunca más. Pero también fue decisiva la cuestión urgente de salvar la existencia de la mayor parte de especies en nuestro planeta, claro. Hubo otra corriente de información que también nos hizo entrar en razón. Por fin entendimos que explotar animales y deforestar para cultivar su alimento era la principal causa de extinción de especies y de empobrecimiento de ecosistemas. Dos factores que, junto a otras formas de explotación, aceleraban el calentamiento global hasta el punto de poner en riesgo nuestra vida en la Tierra.


Seguir consumiendo la vida de los animales que criábamos para comérnoslos era básicamente apoyar un ecocidio. Por eso llamamos Exterminadores a las personas que niegan las evidencias y se niegan a respetar la vida de los demás. Por eso fue decidido, en una votación de la población a nivel global, que debían ser anulados. Anular es considerado un acto de defensa propia. Una defensa de la vida de todos nosotros y del resto de animales y una defensa de los ecosistemas que tuvimos que recuperar y aprender a cuidar.


Pero ponerlo en práctica es lo más difícil que alguien puede hacer hoy, sabiendo todo lo que sabemos todos ahora. Por eso mi trabajo despierta rechazo.


En realidad, cuando lo pienso, a mí también me horroriza lo que hago. Nada nos da derecho a quitar una vida. La figura del Anulador de Exterminadores no debería haber existido nunca. De hecho, si le pregunto a cualquier persona que haya hecho la transición completa y haya dejado de consumir o producir nada de origen animal, me diría que no se imaginaba que hubiese tanta gente recalcitrante. Es muy decepcionante y no acabo de entender que todavía haya gente que abiertamente vaya gritando por la calle: "¡Arriba el jamón!". Hay que ser muy egoísta y cabezón o sufrir un grado severo de adicción del que no consiguen salir porque no les da la gana. Prefieren morir que dejar de matar animales. Sigo sin entenderlo…


Ojalá la medicina ofreciese una cura para la adicción, pero nada ni nadie puede obligar a alguien a hacer algo que no quiere hacer. Existen drogas que anulan tu capacidad de movimiento temporalmente. Podríamos aplicarlas o alargar sus efectos. Pero durante la Transición se desarrolló un Código Ético que nos protegía precisamente de esto. Nadie puede obligar a alguien a hacer algo que no quiere hacer. Aunque físicamente sea posible. Simplemente respetamos la vida, pero también la voluntad de los demás.


Uy, uy, Miguel, ¿cómo te pones ahora a pensar en todas esas cosas? ¡Que tienes a Elena encerrada en el baño! Joder, pobrecilla…


Pero bueno, menos mal que he tenido este ratito para pensar. Después de todo este paseíto por el pasado que acabo de pegarme en mi cabeza, estoy más relajado. Ahora estoy preparado para responder a todas las preguntas e inquietudes que tenga Elena. Espero poder reconducir este pequeño desajuste entre los dos. A ver…


— ¿Elena, estás bien?

— ¿Yo? Sí, sí, ¡perfectamente! Ahora salgo.

— Vale, vale. No hay problema…


Noooo, ¡ahora no! Ese tono en mi móvil solo puede anunciar una cosa: Han añadido a alguien a la lista de mis anulaciones.




La imagen de que acompaña a esta historia es de Florian Kurz.


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