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INÉS PALOMAR

Nunca había visto a Inés Palomar en persona y confieso que estaba nervioso. Lo había leído todo sobre ella, pero no sabía si mis preguntas estarían a la altura. Creo que pocos sectores profesionales exigen tanto como el suyo. Todo aquel que haya trabajado de cara al público dirá que no es fácil. Pero la tarea se complica cuando se tratan a las mismas personas día tras día, como clientes fijos de una empresa cuyo funcionamiento depende solo de ti. Es un reto que pocas personas saben afrontar e Inés es una de ellas.


Lleva más de cuarenta años trabajando en el mismo puesto y creo que asignar su nombre a la calle en la que sigue viviendo es un homenaje más que merecido. He hablado con muchos de esos clientes y me parecen unos verdaderos hipócritas. Ahora que Inés va a pasar a la historia, ahora reconocen sus cualidades y su valía para convertir cualquiera de sus problemas en remedios y soluciones. Es un hecho que hay gente muy mezquina ahí fuera.


Me alegro de haber podido entrevistar a Lisa Pérez, la periodista que descubrió a Inés Palomar y dio a conocer su historia en su libro Una vida transformadora. Además de especificar detalles rutinarios de su trabajo, señalaba la dedicación y el cuidado meticuloso con el que realizaba cada actividad. Ya no se sabe trabajar con tanto esmero. La mayoría vamos al ritmo que nos dictan y nos dejamos llevar por la obsesión del más es mejor y contra más rápido, más beneficioso. Desde luego, es un acto heroico el simple hecho de tomarse el tiempo que haga falta para hacer algo como es debido, con el único objetivo de hacerlo bien; no de acabar cuanto antes o de impresionar a nadie. Igual que sonreír y mantener el buen humor cuando lo único que recibes a cambio de tu trabajo es un sueldo y caras largas.


Inés Palomar podía recibir una llamada a cualquier hora del día o de la noche y debía estar disponible. Una vez le tocó hablar con una adolescente que sufría anorexia. Se había encerrado en el baño de su casa y su madre no sabía qué hacer para que saliera. Inés fue, se sentó al lado de la puerta y no dejó de conversar con la chica hasta que esta decidió abrir esa puerta. Aquella madre no le dio las gracias a Inés, pero su hija empezó a entender que no elegimos el cuerpo que habitamos. En otra ocasión la llamaron porque una mujer mayor se había caído, se encontraba en el suelo, sola y no podía abrirle la puerta al personal sanitario que venía a rescatarla. Los familiares de esta mujer tampoco le dieron las gracias. Asumieron que era su obligación hacer lo que hizo y miraron para otro lado.

Ha vivido situaciones inverosímiles. Como aquella vez que se fundió una bombilla de la entrada del edificio y decidió cambiarla por una nueva. Los escalones en la oscuridad son traicioneros, así que actuó como creyó que era mejor para todos. Arregló el problema con diligencia. Pero lejos de agradecer el gesto, cuando lo comunicó a la comunidad la acusaron de tomar iniciativas unilaterales sin consultar con los demás. Casi la tachan de dictadora por haber cambiado una bombilla.


Aunque sin duda, el episodio más desgraciado ocurrió cuando el Sr. Martínez intentó suicidarse. Se tomó demasiadas pastillas, se desmayó en la ducha y al caer se golpeó la cabeza. Los médicos le salvaron la vida en la ambulancia. Y allí estaba Inés para ocuparse de su gato mientras su amo se recuperaba en el hospital. Al principio, el gato se escondía; no entendía por qué su amo había hecho una cosa así, ni si volvería a verle. Pero tenía a Inés para reconfortarle y acariciarle con su voz, como hacía con el resto de sus clientes. Acabó dándole todos los mimos que necesitó y se hicieron amigos.


Sin embargo, un día cuando Inés fue a visitarle, no lo encontró en su casa. Lo buscó por todas partes y llamó al hijo del amo para preguntar si se había llevado a su amigo. El hijo no se lo había llevado, lo había abandonado en la calle. Destrozada, Inés salió en su busca y encontró a Teo. Le ofreció su hogar hasta que una protectora encontró una familia para él.


Cuando Inés entró por la puerta de la sala me levanté de un brinco, como si me hubiese pillado haciendo algo malo. Estaba repasando su vida en mis notas y de algún modo me pareció que invadía su intimidad. En realidad, quiero creer que todos guardamos historias que pueden hacernos héroes con el paso del tiempo. Es más necesario que nunca encontrarlas y contarlas en voz alta, porque esas son las historias que nos enfrentan a nuestros errores. Leyéndolas decidimos qué tipo de persona queremos ser y en qué mundo queremos vivir. Las historias de Inés muestran que no siempre podemos salir adelante solos y reivindican valores en vías de extinción, como la generosidad infinita de aquel que pudiendo, te ayuda.


Inés Palomar, la portera del edificio del número 7 de la calle que desde ayer lleva su nombre en nuestra ciudad, nos invita a ser mejores humanos. Me ha saludado con una sonrisa y un apretón de manos. Tan solo le he hecho una pregunta: Con tanto desdén, ingratitud y carencia de afecto, ¿cómo ha sido capaz de seguir trabajando con el mismo empeño y alegría, al lado de las mismas personas que nunca vieron que es usted una heroína? Su respuesta pone fin a este artículo:


“Creyendo en un mundo mejor y en el respeto por las cosas y las personas. Me avergüenza hacer algo mal o malo a alguien. Puedo cometer errores, pero siempre he creído que hay que actuar lo mejor que uno sepa. Así nadie tendrá nunca nada malo que decir de nosotros. No soy ejemplo de nada, pero ojalá un día todos podamos mirarnos al espejo y sentirnos orgullosos.”


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