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SALUDO DE AVE

A Claudia le entusiasman los documentales de animales y siempre que le dejan ver la tele, busca entre todo el catálogo de posibilidades cuál es el que le queda por ver y si hay alguno nuevo que todavía no ha disfrutado. A pesar de haber visto varios sobre diferentes países y ciudades del mundo, ella prefiere saber más sobre animales no humanos y sus hábitats extraordinarios.


A sus nueve años ya ha tenido bastantes experiencias con humanos como para conocer sus virtudes y sus sombras, dependiendo de la edad que tienen y juzgando a partir de cómo la tratan. Por lo tanto, lo que llama su atención es cualquier ser del que no sabe nada y tiene una apariencia, comportamiento y capacidades totalmente diferentes a la suya o la de sus semejantes. Le fascina lo que son capaces de hacer algunas especies como las hormigas, que construyen un mundo subterráneo en el que poder vivir protegidas; los elefantes, que pueden oler el agua de una charca a unos veinte kilómetros de distancia o el simple hecho de que todas las aves sean capaces de volar.


Aunque quizá lo que más le despierta la curiosidad es la manera que tiene cada especie para comunicarse. Es asombroso cómo utilizan un lenguaje complejo para el traspaso de todo tipo de información, muy parecida a la que nos transmitimos los humanos. Muchas especies se apoyan en la comunicación no verbal y nuestra percepción nos hace pensar que su lengua es una serie básica de combinaciones de una gran variedad de sonidos, en lugar de un sistema lingüístico completo. Al no tener traductor que pueda garantizar que los mensajes que nosotros interpretamos son los correctos, la tarea de analizar cualquier lenguaje no humano es altamente difícil y algunos investigadores se han aferrado a la simplificación de creer que no tienen tanto que contarse y que por lo tanto su lenguaje es limitado.


Es gracias a auténticos biólogos que se aventuran a cuestionar algunas asunciones como esta, que se rompen barreras y se reconduce la línea de estudio hacia la dirección correcta; sin subestimar a ningún ser no humano. En los últimos años, varios de ellos han publicado sus asombrosos descubrimientos en la materia y nos llegan a todos a través de documentales tan accesibles, como los que aparecen en el catálogo de televisión que consulta Claudia.


El caso es que una tarde de sábado lluviosa, tras acabar los deberes, se sentó delante de la tele para ver el documental más reciente de aves que encontró. Su madre estaba leyendo en la butaca de la sala de estar y su padre estaba buscando un aspirador nuevo por Internet, para reemplazar al que se había declarado en huelga indefinida.


El documental tan sólo duró media hora, pero fue tan emocionante e intenso que Claudia a penas cerró la boca durante esos treinta minutos, clavada en el sofá. En cuanto acabó, pegó un bote y fue a buscar a sus padres para contarles lo que había aprendido. Por lo visto, un grupo de ornitólogos está demostrando que lo que se creía que eran simples cantos y melodías entre varias especies de aves, son en realidad modulaciones de un lenguaje, diferente en cada especie.


Uno de estos ornitólogos explicó los sonidos que habían descifrado y los significados que más probablemente debían tener. Y lo hizo imitando los “ruidos” de cada ave. Entre todos los que escuchó, Claudia se quedó con el más importante: “uuuuuuíííííííííííí”, que al parecer, quería decir “hola” en algunas comunidades.


Al día siguiente, camino al colegio, se dispuso a ponerlo en práctica y después de comprobar que nadie la miraba, saludó a una paloma que estaba picando el suelo a los pies de un árbol. Además de no responderle, la paloma salió volando. Pero Claudia siguió intercambiando el saludo que había aprendido con todos los pajarillos que vio, hasta que llegó a su escuela. Algunos se fueron como el primero; otros siguieron picoteando a la suya, sin mirarla y sin contestarle nada.


Al salir del colegio, allí estaba su abuela para acompañarla en su camino de vuelta a casa. No siempre la iba a buscar, pero aquella tarde estaba de suerte y se llevó una gran sorpresa. En cuanto se despidió de sus amigos, levantó la vista y al ver a su abuela allí, salió disparada hacia ella y le dio un gran abrazo. Hacía días que no la veía y tenía muchas cosas que contarle, pero todo podía esperar excepto lo que había aprendido sobre las aves el día anterior.


Tan pronto emprendieron el camino a casa, Claudia empezó a hablarle del lenguaje de las aves, hasta que se encontraron con un gorrión posado en una señal de tráfico. Claudia sabía que su abuela la entendía mejor que nadie en el mundo, por lo que no se lo pensó dos veces antes de lanzarle un saludo a ese gorrión delante suyo. No obtuvo respuesta, pero el pajarillo la miró y a diferencia de los demás, no salió huyendo. Su abuela se sorprendió y le dijo que seguro que la había entendido. Después de todo, ya había saludado a unos cuantos y la articulación de su saludo debía haber mejorado desde la primera vez que lo intentó aquella mañana.


A medio camino, se detuvieron en una panadería para comprar algo de merendar, como de costumbre. Pero mientras su abuela pagaba, Claudia salió disparada tras un petirrojo que andaba revoloteando, para saludarlo. Sin embargo, además de no obtener respuesta, estaba tan emocionada que no se había dado cuenta de que había puesto mucho ímpetu en su saludo, sin mirar si había gente a su alrededor. Varios niños estaban jugando al lado de unos bancos donde estaban sentados unos cuantos adultos y todos rieron al verla hacer ruidos extraños, persiguiendo a un pájaro. Claudia sintió vergüenza y tristeza a la vez. Y justo cuando empezaba a sentir sus ojos húmedos y un nudo en el estómago, sintió las manos de su abuela sobre los hombros. Se giró para mirarla y con una sonrisa su abuela le dijo que no hiciera caso a los maleducados e ignorantes. Le extendió la mano, Claudia se la cogió y siguieron su camino.


Pero entonces, algo inesperado sucedió mientras cruzaban la última calle antes de llegar a casa. Era una avenida ancha muy transitada por coches. Se puso el semáforo verde y cruzaban las dos con cierta rapidez, hasta que Claudia tropezó y cayó al suelo. Su abuela la ayudó a levantarse deprisa, pero al avanzar unos pasos, la niña miró atrás y vio que se le había caído la bufanda; así que dio media vuelta y fue corriendo a buscarla. Su abuela se percató y al verla correr hacia atrás, gritó su nombre y fue hacia ella. Pero el semáforo ya estaba rojo y uno de los coches con el conductor más despistado e impaciente del mundo apretaba el acelerador.


Su abuela volvió a gritar su nombre con toda la fuerza que pudo, como si su sonido en el aire fuese a detener aquel coche. Claudia estaba agachada cogiendo su bufanda, era imposible que el conductor del coche la viese y todo el mundo alrededor se sumó a gritar para llamar la atención del hombre al volante. Pero aquel hombre aturdido no se enteraba de nada y empezó a avanzar. De pronto, una bandada de estorninos apareció cubriendo el parabrisas del coche, dando bandazos de un extremo a otro de este. El conductor clavó el freno. Los demás coches también clavaron los frenos. Los estorninos se posaron en la cornisa del edificio más cercano para observar. Todo el mundo permanecía mudo, atónito viendo cómo Claudia y su abuela volvían sanas y salvas a la acera. Ambas cruzaron miradas con aquel grupo de pájaros y habiendo comprendido su agradecimiento, estos se marcharon satisfechos. Entonces todo el mundo volvió a sus quehaceres y los coches recuperaron su ritmo normal.


A ojos ajenos aquello había sido una anécdota, pero Claudia y su abuela sabían que había sido algo mucho más revelador e importante. Así que su abuela llamó a la redacción del diario del pueblo, para explicar que tras haber conseguido contactar con unos cuantos pájaros, mediante un saludo científicamente aprobado, su nieta había creado un vínculo con ellos y estos le habían salvado la vida. La historia cautivó al periodista que la conoció y salió publicada con todos sus detalles una semana después.


Desde aquel momento, en el pueblo de Claudia es habitual saludar a los pájaros. Todos lo hacen con una sonrisa y sin vergüenza, ni burlas recibidas. Toda una población ha comprobado lo que somos capaces de conseguir si empezamos a tratar a otras especies como a iguales; en lugar de como a seres marginales al borde de nuestras vidas. Además, Claudia ha quedado tan agradecida que ha decidido que quiere ser traductora de ave-humano. Si con un solo saludo ha hecho amigos, ¿qué puede conseguir con más palabras, ruidos, melodías y cantos? Con el tiempo lo descubrirá.


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